Nosotros nos consideramos facilitadores en procesos de transformación con personas y en las organizaciones. Siempre estuvo en nuestro propósito cuando nacimos hace más de quince años y ahora lo experimentamos plenamente.
Tenemos más claro que nunca que cualquier iniciativa que se plantee una empresa para revisar, definir o transformar su cultura, pasa por mirar con valentía y generosidad las actitudes y los comportamientos que tienen lugar dentro; que tipo de relaciones se establecen entre las personas que la componen, sin olvidar que la empresa es un constructo, algo vacío de contenido que se esgrime para apoyar decisiones que afectan a las personas que prestan su tiempo a cambio de un salario.
Cuando escuchamos frases del tipo: la empresa entiende que tu comportamiento no es apropiado o que no remas en la misma dirección; la empresa ha decidido prescindir de tus servicios o que eres la persona idónea para trasladarte a Murcia o Singapur… no responde a un ADN incrustado cual chip bajo la piel que envía una señal, ni tampoco a un Sanedrín oculto bajo tierra que recibe imágenes en tiempo real sobre el comportamiento de sus empleados o lee su correos y mensajes para saber si se apartan de la ortodoxia.
Es tu jefa, o supervisor, que actúa por sí mismo o por instrucciones del directivo o del dueño con cara y nombre o perteneciente a un fondo de inversión. Personas concretas que conoces, que tienen sus miedos, aciertos, debilidades, que toman decisiones o las procrastinan, que sufren y ríen.
Si todas las personas que trabajan juntas no son capaces de apartarse por un momento del rol o función que desempeñan -y que esgrimen continuamente-, y se despojan del mismo para mirarse dentro y mirar al otro…no existirá posibilidad alguna de construir algo diferente.
Y nos encontramos a menudo con empresas que nos contratan convencidas de iniciar un proceso de transformación o cambio cultural, y cuando les invitamos a que hagan su introspección y se pregunten qué es lo realmente importante para ellas y como quieren relacionarse de una manera más franca y autentica, comienzan las incomodidades. Los planteamientos causan turbación, impaciencia, nerviosismo y fastidio, y siempre ocurre con las personas que no quieren que cambie nada, pero sí que los demás acepten lo que ellos quieren mantener desde arriba. Estas reacciones se producen cuando formulamos preguntas como estas:
- ¿qué comportamientos se recompensan y cuáles se culpabilizan?
- ¿existe confianza para hablar, proponer, opinar…y discrepar?
- ¿me intereso realmente por las personas de mi equipo?
- ¿afronto con valentía los desencuentros y los conflictos o se resuelven por la fuerza del artículo 33?
- ¿respetamos nuestras diferencias individuales?
- ¿me muevo para conocer y desarrollar los talentos de las personas que dependen de mí?
- ¿pido perdón cuando hago daño?
- ¿colocamos etiquetas y no se despegan ni con agua hirviendo?
- ¿Cuáles son los tabúes o valores que no se permiten tocar?
- ¿Qué sucede cuando alguien se equivoca?
- ¿la confianza se regala o se presta hasta que dejas la empresa?
Estas personas aceptan que todo lo ajeno a ellas se modifique, se sustituya o incluso desaparezca, mientras no les suponga preguntarse o enfrentarse a sus esquemas mentales. Se trata de seguir la máxima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa citada en su obra El Gatopardo y llevada al cine por Luchino Visconti: Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.
Conocemos a colegas que también trabajan –y muy bien- estos planteamientos, pero orillan las preguntas incómodas y no entran en aspectos que puedan no ser bien recibidos por el cliente. No hacerlo en nuestro caso, supondría una renuncia a nuestra autenticidad y propósito.
Claro que pensamos igual que vosotros (me decía un colega), lo tenemos presente pero no puedes ir con ese lenguaje o propuesta a la empresa, hay que cambiarlo, adecuarlo, disimularlo, porque si no, no vendes y menos con lo que está cayendo. Ahora lo que les interesa es ganar dinero y ya habrá tiempo en algún momento de ponerles el espejo.
Se trata de un mecanismo adulterado de empatía donde el facilitador o consultor se alinea con la situación del candidato a cliente, ofreciendo mercancía averiada, superficial y con terminología al uso, para adecuarse a lo que ellos quieren oír.
La crisis económicas producen en algunas empresas alergia a mirarse dentro y preguntarse si puede hacer algo distinto; todo lo reducen a más trabajo, más horas, ahorros de costes y adelgazamiento de plantillas, pero las valientes se paran, reconocen que tienen miedo, que no saben cómo actuar y miran fuera para aprender de los que sí lo están haciendo bien y preguntan a todos sus miembros que pueden hacer para adaptarse y actuar en este escenario, sin dejar de mirar a escenarios antes no contemplados.
Pero claro, con crisis o sin ella, hay temas que no deben tocarse dentro de la organización porque no aporta al negocio, es un asunto de cada uno, y este no es el lugar para abordarlo.
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